(LAURA CORTÉS. MILENIO DIARIO)
“Las mujeres somos las últimas en irnos. Cuando quieres acabar con un pueblo, primero tienes que acabar con sus mujeres”, sentencia una voz que inunda el espacio donde se proyectan cientos de imágenes que muestran una lucha encarnada en el cuerpo femenino.
“Se me muere mi hija de 23 años y para alivianar el dolor me tiraba en la tierra y sentía que ella me abrazaba”, es otro de los testimonios del más reciente proyecto de la fotógrafa Maya Goded (Ciudad de México, 1967), El rastro de la serpiente, una videoinstalación que se presenta en el Museo Amparo de Puebla, realizada en colaboración con la también fotógrafa española Elena Navarro y el artista visual Rafael Ortega.
Para crear esta pieza de enorme riqueza visual y sonora, Goded recopiló 2 mil 500 imágenes, más de tres horas de video, varios cuadernos de viajes y cientos de historias de sanadoras, defensoras de la tierra, mediadoras entre la naturaleza y el ser humano, ahora capturadas en esta videoinstalación de casi 20 minutos donde se aprecian sus voces, sus rostros y sus interminables y dolorosas batallas.
Durante un peregrinar que inició en 2018 y duró cinco años, la creadora recorrió bosques, selvas, valles y desiertos de México y de América Latina para darle significado a un enigma que la perseguía en sus sueños de niña: la figura de la serpiente, y, al mismo tiempo, para encontrar la sanación espiritual a través de los conocimientos ancestrales de mujeres cuyos vínculos con su geografía se antojan indestructibles, mujeres en permanente resistencia para defender su territorio y su vida haciendo frente a la violencia sistémica que se ejerce hacia sus pueblos.
“La violencia que se ve en la tierra también se ve en el cuerpo”, señala la artista visual, que se ha destacado por su mirada humanista sobre la sexualidad femenina y la violencia de género, así como por revelar realidades poco conocidas como la prostitución de mujeres mayores en el barrio de La Merced, en un trabajo con reconocimiento nacional e internacional, Plaza de la Soledad, primero en formato de fotolibro y después como un laureado documental.
Durante más de tres décadas, las mujeres y la violencia que las rodea, pero también su fuerza y sabiduría, han sido las constantes en la obra de la creadora que ha recibido distinciones tan prestigiosas como los premios J. Simon Guggenheim, Eugene Smith y Masterclass de World Press Photo, con los que se ha reconocido su talento para celebrar la otredad y trascender cualquier barrera social.
Tierra negra, Desaparecidas, Tierra de brujas son algunos de los trabajos protagonizados por mujeres que luchan desde su propio cuerpo. Maya Goded las retrata, las acompaña, las sufre, las vive…porque en este viaje ha encontrado que, tal vez, su lugar en el mundo está con quienes luchan.
Has dicho que El rastro de la serpiente es un viaje para buscar la sanación. ¿De qué necesitabas sanar?
Esto viene de muy atrás. Después de mi trabajo sobre la desaparición de mujeres, sentí una gran desesperación, porque me di cuenta de que no avanzamos, de que no hay justicia, la gente, las mujeres, siguen desapareciendo. Tuve una depresión y dije: “no puedo seguir con esto”, y empecé a buscar algo que pudiera aliviar la tristeza del corazón.
Hace muchos años había trabajado sobre brujas y médiums, y después sobre mujeres desaparecidas. Peregriné y busqué curanderas. También llevaba mucho tiempo trabajando en proyectos sobre prostitución, violencia de género y violencia en general. Esas violencias me habían llenado de miedos y sentí una necesidad profunda de entender el mundo desde otro lado.
El documental Plaza de la Soledad (2016) significó un cierre muy fuerte en mi vida. Empecé a cuestionarme cómo sanar las heridas profundas que tenemos en este país. Viajé a Oaxaca, donde conocí a mujeres con conocimientos ancestrales sobre las hierbas y empecé a tomar talleres con curanderas, hierberas, sanadoras. En mi caso, la fotografía y mi vida siempre han ido en paralelo. Empecé a fotografíar lo que estaba aprendiendo.
Fui a distintos lugares de Oaxaca, fui a Puebla y a Chiapas. Ahí traté de entender qué pasa con el susto y el miedo. Me interesaba aprender a sanarme a mí misma, buscando curanderas. A medida que trabajaba este tema, noté que cambiaba el nombre que se les daba a estas mujeres. En algunos lugares se les llama defensoras del territorio, en otros, mediadoras entre la naturaleza y la tierra, pero todas están siempre muy ligadas con la naturaleza. Viajé a Aldama (Tamaulipas), donde estuve con curanderas que me mostraron las plantas que usan las mujeres que se esconden en la sierra huyendo de los francotiradores.
En Chiapas me enfrenté con algo muy fuerte: la contaminación de la naturaleza. Noté que son las curanderas, las mujeres encargadas de la salud, las primeras que deciden hacer algo para combatirla. Al continuar mi viaje, traté de entender la dinámica en esas zonas súper contaminadas y entonces descubrí y me abrí a la idea de la sanación de la herida en la tierra.
Siempre trabajo de manera intuitiva. El impulso es muy importante para mí, eso es lo que me permite ir hilando, conectando y dejando que los temas me arrastren. Me pierdo en ellos para luego encontrarme. Ahí fue muy evidente que se trataba del papel de la mujer en la defensa del territorio.
En este viaje, llegué a un punto en donde todo se conectó. Y para mí ese es el chiste de la fotografía. No se trata de ir a buscar algo para reforzar tu discurso; es ir a perderte para encontrar algo que tal vez no esperabas.
El rastro de la serpiente es una videoinstalación armada así. Es muy mi forma de pensar, de ver una situación desde muchísimos puntos de vista. No me gusta dirigir la opinión del que observa ni decir esto es bueno o esto es malo. Me muevo más por abrir preguntas.
¿Cuál fue el verdadero hallazgo de este viaje?
Se oye muy simple, pero es algo muy potente: encontré la fuerza que hay entre mujeres cuando estamos unidas. Siento que esa es la forma en que se puede lograr un cambio: en la resistencia, en la fortaleza de la mujer en unión con otras mujeres.
Quiero seguir aprendiendo a escuchar la tierra. Soy una mujer de ciudad, pero ahora creo que necesitamos reconectarnos con la tierra. Tengo la esperanza de que en la lucha por nuestros derechos encontraremos otras formas de relacionarnos con la tierra, con esa sabiduría ancestral que tenían las generaciones anteriores. Es algo que hemos perdido en el feminismo urbano y es lo que me encanta del feminismo de las comunidades, aunque no sé si usar la palabra feminismo porque en las comunidades no la usan, esa lucha contra la voracidad, una voracidad en la que lo único que importa es ganar más, tener más. No estoy diciendo nada nuevo. Muchos lo han dicho antes, pero para mí fue sentirlo en el cuerpo.
Esa es la esperanza que me dejó este viaje: el entendimiento de que las heridas del ser humano pasan por muchas capas. La violencia que vivimos en Latinoamérica no nada más se sana con justicia, que, claro, es muy importante y es parte de todo, pero también se sana desde otros muchos lugares. Siento que la violencia que vivimos en México viene también de la devastación y la contaminación de la naturaleza. ¿Cuánto tardará en sanar eso? ¿Qué va a pasar con las nuevas generaciones?
En la pieza abordas la minería y esto te lleva a la guerra. ¿Cómo llegaste?
El mismo viaje me llevó hacia la minería. Me parecía muy interesante. Tocar ese tema nunca es fácil porque hay muchísimos intereses de por medio, pero en México es casi imposible, es meterte a los lugares más peligrosos de Latinoamérica. Trabajé en la minería en Bolivia y en Chile, y son lugares muchísimo más amables, aunque también peligrosos.
Fui a trabajar al Triángulo de Litio (zona que concentra alrededor del 70 por ciento de este mineral). En Chile conocí a una mujer que se volvió muy importante para mí, que se autodenomina mediadora entre la tierra y la naturaleza. Yo buscaba entender la tierra, sentir los minerales. Siempre que trabajo con gente pido permiso para fotografiarla, pero no había entendido que también es necesario pedir permiso a la tierra. Regresé muy frustrada en la parte fotográfica porque no salieron las imágenes, pero me puse a pensar cuántos de nuestros minerales se destinan a la guerra.
Viajé a Bolivia, también para entender la minería desde las organizaciones y colectivos de mujeres. En todos lados ves la misma voracidad, grandes empresas chinas y rusas en Bolivia, y en Chile, estadunidenses y europeas. En este recorrido me interesaba conectarme con esa gente que no es la de la voracidad, con las mujeres que trabajan a mano.
Y finalmente, el viaje te llevó de nuevo a abordar la violencia.
Yo decía “quiero trabajar desde otro lado, necesito ver luz, ver para otro lado”, pero terminé trabajando con las mineras, con la contaminación. No hay violencia de género, pero hay violencia hacia la tierra, que es algo muy fuerte.
Me enteré que en Veracruz, colindando con Tamaulipas, habían encontrado un campo lleno de cadáveres. Supe que después de que se llevaron los cuerpos, los sanadores de la zona fueron a ese lugar a trabajar espiritualmente con el dolor que se vivió ahí.
Las mujeres que conocí en estos años me enseñaron a sanar la violencia que se sufre y a luchar de distintas formas. Alguien muy importante para mí fue Sonia, una mujer mayor que vive en el desierto de Atacama. Las empresas mineras están explotando el litio y se están terminando el agua. Ella es una mujer muy frágil, pero para que le hicieran caso caminó durante un mes, con paciencia y con una integridad admirable.
Para mí fue muy importante la reflexión sobre cómo se recicla la tierra y cómo uno mismo puede reciclarse, entender cómo se puede sanar. Entendí que cuando hay explotación de la tierra también se explota y se lastima al ser humano, pero la mujer siempre es la más violentada. Cuando se pierde el respeto a la tierra, y casi siempre la explotación inicia de manera ilegal, se rompe el tejido social. Al mismo tiempo, en los lugares donde hay explotación las mujeres son las últimas en irse porque tienen una relación muy fuerte con su territorio. Ellas son las que lo defienden, como ahora en la Amazonia, y también son ellas las que pueden sanar la tierra y el tejido social.
Hoy me interesa esa relación que tenemos con la tierra, la explotación y la sanación. Por eso me llena de esperanza esa red de mujeres. Creo que cada vez se vuelve más fuerte ese círculo. Lo veo en las cooperativas, organizaciones y movimientos femeninos, y me llena de esperanza.
¿Quiénes han sido las mujeres de tu vida?
Primero fue mi abuela materna. A los 19 años cruzó el mar huyendo de la guerra civil en España. Tenía la esperanza de una vida mejor. Después, ha sido mi madre, quien también a los 19 años viajó de Estados Unidos a México porque quería una vida mejor, con menos violencia. Ellas han sido mis maestras. Después he buscado y he encontrado muchas maestras de las que he aprendido mucho. En cada trabajo que he hecho, me he encontrado con mujeres que me han enseñado cosas importantes. Sin ellas no sería lo que soy.
- Maya Goded, fotógrafa y cineasta documental mexicana. (Foto: Fernando Torres)