Mujeres de México

(MARGARITA RÍOS-FARJAT. MILENIO)

Una mayor visibilidad de las mujeres en la vida pública de México ha significado también una reconsideración de su papel histórico. Esta reconsideración, podría decirse, se da por tres vías. La primera es la clara conciencia de que la mujer ha vivido sumergida en estereotipos, y esa conciencia permite condenarlos; la segunda es el fomento de las acciones afirmativas, cuestión que va para largo y debe sortear nuevas trampas; y la tercera es la reevaluación, con mayor luminosidad, del impacto de algunas mujeres con sus trayectorias.

Algún día, sin dejar de sentirnos orgullosas de ser mujeres, estaremos felices de ser solamente personas, entendiendo con esto de que en ningún lado ser mujer implicará desdén o formas de alejarnos de donde deseamos estar. Si se ha enfatizado la diferencia es porque el ser mujeres ha sido una especie de boleto de segunda clase para llegar a cualquier sueño. Históricamente hemos ido en el vagón del doble esfuerzo, casi a oscuras y que, sin embargo, mantiene al tren andando.

Abogadas brillantes que nunca se inscribieron en la carrera y quizá jamás confesaron sus deseos por temor al aislamiento social, arquitectas geniales que supieron desde niñas que esas puertas no se les abrirían, y así podríamos recorrer el muestrario de profesiones y oficios.

Claro que el desdén va más allá de preferencias profesionales, sino que impacta en la dignidad propia, y suceden ahora, no hace décadas. Pienso, por ejemplo, en la sentencia de un tribunal colegiado que dio la razón a un hombre que demostró que su esposa lo engañaba porque había espiado sus contraseñas, accedió sin consentimiento a sus correos electrónicos y los imprimió todos, dejando la intimidad de su esposa expuesta en expedientes. Hace unos diez años, cuando la Suprema Corte conoció de ese asunto invalidó esas pruebas y estableció el concepto de “ilícitos constitucionales”, es decir, conductas que, si bien no son delitos, configuran violaciones a derechos humanos. En este caso, a la dignidad de la mujer pues tiene derecho a su intimidad, y casarse no significa renuncia al espacio y dignidad propias.

Parecería una novela de pasión y venganza, pero no, se trató de un juicio serio donde se expuso la intimidad de la mujer a tal grado que provocó una sentencia que la condenó moralmente, diciendo que el señor había sido dañado emocionalmente por el grado superlativo de obscenidades y expresiones libidinosas. Reitero, es un juicio contemporáneo, no una novela antigua. No se trata de juzgar la moral ajena sino de impedir la transgresión a los derechos fundamentales de los demás.

Las acciones afirmativas digo que van para largo, pero no por causa de las mujeres, sino por las formas de socavar la paridad. Lo podemos ver en materia electoral, por ejemplo, que está alcanzando niveles de abstracción peligrosos pues en no pocas ocasiones se hace indispensable graficar una norma para comprender su contenido, y a veces no basta esquematizar una sola, sino varias, para comparar el sistema normativo y encontrar las inequidades. Es decir, aprovechando que las normas conllevan abstracción técnica, se le agrega un poco más y el resultado es una alquimia de enredos que disfraza la falta de neutralidad del sistema.

Esa fue mi lectura de la reforma constitucional en Nuevo León respecto a los bloques de paridad, pues dejaron a las mujeres de ese estado en una situación más precaria en derechos políticos de la que gozaban antes bajo unos lineamientos de la comisión electoral local (y ni modo de decir que como no se había legislado sobre bloques de paridad, no se viola el principio de no regresividad de los derechos humanos). Las mujeres políticas de ese estado habían competido electoralmente bajo mejores condiciones, asegurándose su participación en el área metropolitana y esa garantía se perdió. Mientras estas cosas pasen, las acciones afirmativas llegan para quedarse, por el gusto que unos cuantos tienen por menoscabar derechos ajenos.

Y el tercer punto, la revisión histórica, me parece encomiable. Ya que pienso en Nuevo León me remito al Paseo de la Mujer Mexicana, que ha sacado de la oscuridad a mujeres luminosas en muchos ámbitos (el periodismo, la literatura, la defensa de los derechos humanos, por ejemplo), y llena el vacío de modelos a seguir que imperó en muchas generaciones de niñas.

Sin embargo, no toda esta revisión histórica consiste en redescubrir mujeres, sino también de los aliados varones. Hace un año me invitaron a prologar un libro que compila biografías de mujeres, como era de 1974 pensé que lo querían poner al día y dije que faltaban mujeres. Cuando entendí que la idea era reimprimir el volumen tal cual celebré el valor intrínseco: que cambiar a una sociedad es tarea de todos y que hay esfuerzos y generosidades que no deben olvidarse al rescatarse las mujeres, pues demuestran que en realidad nunca hemos estado solas, siempre hemos tenido aliados. Y cada vez son más, por el bien de una sociedad plena, justa y en armonía.