(MARTA GARCÍA ORTEGA. CRÓNICA)
Apenas en el siglo XXI las niñas, niños y adolescentes (NNA) son blanco de la atención pública de gobiernos, organizaciones sociales, organismos internacionales y academia en relación con sus derechos sociales y protección a su integridad, identidad y dignidad.
En esa ruta hay un interés global por erradicar el trabajo infantil, sobre todo en nichos productivos donde las tareas son de alto riesgo, como las agrícolas y las agroindustriales, sectores que absorben al mayor número de NNA en el mundo: 98 millones, según la ONU. África encabeza la lista y México no se queda atrás.
Algunos aspectos amenazantes para esta población son el uso de herramientas peligrosas punzocortantes —como los machetes en su gran variedad—, la maquinaria pesada en las parcelas y la exposición física a las inclemencias del tiempo en terrenos de cultivos a cielo abierto, así como a los agroquímicos.
Una de las campañas mundiales abolicionista del trabajo infantil se focaliza en el cultivo de la caña de azúcar. México firmó un compromiso (2016) para incidir, ambiciosamente, en cerca de las 50 regiones azucareras nacionales. Aunque la sofisticada estadística productiva empresarial y oficial informa de lo suyo, nada se sabe, ni aproximadamente, sobre cuántos NNA están activos en los campos cañeros.
Niñas y jóvenes cañeras, un gran soporte laboral
Parece un error referir a las niñas o adolescentes mujeres en el trabajo del cultivo de la caña de azúcar. Sin embargo, aunque este mercado laboral se identifica como eminentemente masculino, la participación femenina es alta, como mano de obra en distintas edades, y es central en el eslabón de los servicios y en el sistema de cuidados, pero su contribución ha sido invisibilizada.
Las mujeres participan como productoras azucareras, así como en la siembra, corte, quema y fumigación de la caña, además de ser operadoras de maquinaria. En los servicios se encuentran como cocineras, ayudantes y distribuidoras y comerciantes de alimentos (refresqueras, taqueras, loncheras).
La zafra mexicana abarca las estaciones de invierno, primavera y verano en medios tropicales con temperaturas arriba de los 40 grados centígrados. Tal entorno desafiante resulta extremo por la precariedad de las condiciones de trabajo en donde los NNA desaparecen de las estadísticas por la estigmatización que tiene su presencia en los campos cañeros.
A los contextos de marginación y exclusión del mercado agroindustrial azucarero se suman los indicadores sobre la trata de personas al emplear a NNA. Sin embargo, los entornos socioculturales de tal inserción laboral son complejos, pues las lógicas familiares incorporan a sus miembros en un sistema de reproducción social multidimensional.
NNA son integrantes sistémicos de la fuerza laboral familiar que se emplea en los grupos de cosecha para el corte de caña de azúcar; donde se encargan de un amplio catálogo de tareas domésticas, de cuidados y comerciales. Ellas y ellos no tienen presente ni futuro en los modelos de escalafón social que se derivan de la educación formal y muchos jóvenes guatemaltecos tienen en la zafra mexicana una opción laboral.
Dignidad y bienestar
Las ocupaciones –asalariadas y no asalariadas– cubiertas por esta población deben ser revisadas a partir de las lógicas familiares, comunitarias y culturales, así como de sus condiciones sociales para asignar indicadores de bienestar. La abolición del trabajo infantil y la expulsión expedita dejaría en el limbo a cientos de NNA, que se insertan en este mercado laboral por causas como el abandono paterno, jefaturas familiares tempranas, servicios educativos fallidos, racismo, exclusión y violencia, ambientes locales que acrecentan otros peligros como adicciones, suicidio o reclutamiento por grupos de la delincuencia o el crimen organizado, por lo que es mejor que se les reconozca y se trate de mejorar sus condiciones, en lugar de sacarlos de este campo de trabajo.
Atender a NNA es lo menos que se puede hacer para resarcir los oprobios a miles de personas, así como emprender la atención en sus localidades de origen, en las zonas productoras y en otras que históricamente han dotado de la fuerza laboral a la cosecha de la caña de azúcar, entre ellas migrantes, originarias de pueblos campesinos e indígenas de México, Guatemala y Belice.
Sacar a los NNA del trabajo agrícola o del trabajo infantil -que dignifica y hace aportes para la economía de las familias- no es un derecho. Alcanzar la meta de trabajo digno va más allá de las voluntades políticas y trasciende el aporte de los productores de caña. El Estado mexicano sigue pendiente en sus compromisos internacionales y en deuda con los que menos tienen.
Hay un interés global por erradicar el trabajo infantil, sobre todo en nichos productivos donde las tareas son de alto riesgo, como las agrícolas y las agroindustriales. Martha García
* Investigadora de El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR), [email protected]