SHANGHÁI – La demanda agregada en China se ha debilitado en forma significativa estos últimos tres años. Además de los efectos que aún duran de la política china contra el covid, también opera como un freno la disminución de la demanda global. Las exportaciones registraron en julio una caída interanual del 14.5%, que hace un marcado contraste con el pujante 17.2% de crecimiento que tuvieron en julio del 2022. Con estas presiones a la baja, la decisión del gobierno de no anunciar un paquete de estímulo a gran escala (como muchos habían previsto) desconcierta a los observadores chinos y extranjeros.
Es indudable que la dirigencia china es consciente de la desaceleración económica en marcha, pero tal vez calcula que el riesgo de un rescate es peor que el riesgo de la inacción. O tal vez tiene más confianza en la capacidad de la economía local para hacer frente a una recesión global y considera que se recuperará pronto por sí sola.
Sea como sea, parece que China ha elegido no tomar más medidas. De hecho, hoy cualquier intervención económica adicional debería hacer frente a importantes obstáculos. Al fin y al cabo, la acumulación de enormes deudas, en particular en los gobiernos de nivel local, ha dejado a China con poco margen de maniobra. Además, el entorno externo viene tornándose cada vez más desfavorable a China al menos desde 2018, y presenta desafíos nunca vistos en los últimos 40 años.
Por eso China ha adoptado una modalidad de gestión macroeconómica cada vez más cautelosa. Un buen ejemplo es la política monetaria. Al principio de la pandemia de covid-19, en marzo del 2020, la Reserva Federal de Estados Unidos (por poner un ejemplo) redujo de inmediato el tipo de interés a casi cero. En cambio, el Banco Popular de China sólo redujo las tasas 0.2 puntos porcentuales. Asimismo, mientras la Fed aumentaba rápidamente los tipos de interés en respuesta al alza de la inflación (cinco puntos porcentuales desde marzo del 2022), el BPC llevó adelante una serie de ligeras bajadas de tipos para hacer lugar al crecimiento del PIB y la reducción de la demanda.
Esta estrategia es también la principal razón de que China haya evitado una inflación descontrolada estos últimos dos años. Lo aclaró el exgobernador del BPC, Yi Gang, en un discurso que pronunció en abril durante su visita al Instituto Peterson de Economía Internacional en Washington. Allí resaltó la fidelidad del BPC al “principio de atenuación”, que señala que los bancos centrales deben abstenerse de tomar medidas drásticas en circunstancias inciertas. Aunque este muy conocido concepto lo introdujo el economista William Brainard (de la Universidad Yale) en 1967, el discurso de Yi es indicativo del cambio que ha tenido el pensamiento chino en materia de política económica en años recientes.
En teoría, una política monetaria más conservadora puede compatibilizar mejor las medidas a corto plazo con los objetivos a largo plazo. Para ello, los bancos centrales deben fijar un tipo de interés real lo más cercano posible a la tasa de crecimiento potencial de la producción. El trabajo fundacional que hizo el Premio Nobel de Economía Edmund S. Phelps en relación con la regla de oro de la tasa de ahorro muestra los beneficios de esta estrategia.
Si el discurso de Yi es reflejo del pensamiento actual de la alta dirigencia china y de un cambio en su estilo de formulación de políticas, ayuda a explicar por qué la economía de China se ha vuelto menos volátil estos últimos años. Reduciendo la escala de las políticas anticíclicas, China ha conseguido sostener el crecimiento incluso sin un gran aumento de la demanda. Esto puede estar en línea con el plan de desarrollo del gobierno, que busca minimizar los inmensos costos asociados con el crecimiento desbalanceado, por ejemplo, la rápida acumulación de riesgos financieros a corto plazo.
De hecho, la decisión china de abandonar el uso de políticas macroeconómicas agresivas puede atribuirse a que su dirigencia reconoce la amenaza que supone el hecho de que China haya alcanzado hace unos años un umbral crítico de riesgo financiero sistémico. En el contexto del sistema político chino, esos riesgos se considerarían una amenaza inaceptable a la estabilidad social y política.
Por eso China lanzó, en 2016, un esfuerzo integral de “reducción de riesgos”. Las autoridades adoptaron esta idea como principio rector y pasaron de la agresividad macroeconómica a una estrategia más prudente. Para mitigar el riesgo y hacer frente a la excesiva financiarización de la economía real, China inició una ola de desapalancamiento e intervenciones financieras selectivas, con medidas de control sobre la industria de gestión de activos y un impulso de corrección en los muy apalancados sectores financiero e inmobiliario.
También hay riesgos e incertidumbres que proceden de presiones externas. Hace dos décadas, cuando la economía china era relativamente pequeña y se seguía un régimen de fijación cambiaria, su política interna estaba en gran medida aislada de las influencias externas. Pero la economía china se ha vuelto demasiado grande y sus relaciones con las otras economías han cambiado en forma drástica, lo que motivó a China a adoptar una estrategia más cautelosa en respuesta a la incertidumbre. Por ejemplo, ahora el BPC debe seguir de cerca los cambios en el diferencial de tipo de interés entre Estados Unidos y China y evaluar el impacto que puedan tener sobre los mercados chinos de capitales y sobre el tipo de cambio del yuan.
Dicho lo cual, que China haya abandonado el uso de políticas macroeconómicas agresivas no debería sorprender a nadie. La reducción de riesgos puede haber sido eficaz para prevenir una crisis financiera o de deuda, pero la pandemia y las políticas posteriores contra el covid-19 han debilitado la capacidad de rebalanceo y recuperación de la economía, lo que ha llevado a una ulterior disminución de la demanda.
Regresar a los niveles de demanda agregada de antes de la pandemia es crucial para acelerar la recuperación económica de China. Con ese objetivo, se podrían adoptar políticas fiscales y monetarias más proactivas, en vista de que las políticas de reducción de riesgos han estado vigentes por mucho tiempo. Las autoridades tendrán que hacer un difícil acto de equilibrio, pero el creciente riesgo de una desaceleración prolongada resalta la necesidad de hallar soluciones más eficaces a los acuciantes desafíos que enfrenta la economía china.
Aun así, China puede hacer todavía más para rebalancear su economía. Comprometiéndose a llevar adelante reformas estructurales, eliminar barreras contra el ingreso y abrir sectores que en este momento están cerrados a la competencia extranjera (por ejemplo, educación, capacitación, consultoría y atención de la salud), China puede crear numerosas oportunidades de mercado para el sector privado y acercarse más al logro de una estabilidad económica a largo plazo.
El autor
Zhang Jun es decano de la Escuela de Economía de la Universidad Fudan y director del Centro de Estudios Económicos de China con sede en Shanghái.
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