Por qué nadie quiere pagar por la transición verde

(GREG IP. THE WALL STREET JOURNAL)

Nueva York, Estados Unidos.- En los últimos años, Washington y Wall Street comenzaron a fantasear con que la transición a cero emisiones netas de carbono podría ser una bonanza económica. “Cuando pienso en el cambio climático, pienso en empleos”, dijo el Presidente Biden. Cuando Wall Street escuchó sobre energía verde, vio ganancias. Cuando Ford Motor lanzó un Mustang y una camioneta pickup eléctricos, su valor de mercado superó los 100 mil millones de dólares por primera vez.

Este año se acabó la fantasía. Con la demanda de vehículos eléctricos no cumpliendo las expectativas, los fabricantes están reduciendo la producción. Los desarrolladores de energía eólica marina han cancelado proyectos. El índice S&P Global Clean Energy ha caído 30% este año. La capitalización de mercado de Ford se ha reducido a 42 mil millones de dólares.

Esto no significa que la transición al cero neto haya terminado. Los funcionarios reunidos la semana pasada en la conferencia climática de las Naciones Unidas siguen preocupados por el cambio climático. Las energías renovables continúan expandiéndose. A muy largo plazo, sigue siendo cierto que el bienestar económico será mayor con menor calentamiento global.

Pero el aspecto económico para llegar al cero neto sigue siendo, fundamentalmente, sombrío: alguien tiene que pagar por ello, y los accionistas y consumidores decidieron este año que no serían ellos.

La transición verde está impulsada por políticas públicas. Se trata de “un shock de oferta negativo, acompañado de la necesidad de financiar inversiones cuya rentabilidad no puede darse por sentada”, escribió el economista francés Jean Pisani-Ferry en un reporte encargado por el Primer Ministro francés y publicado en inglés en noviembre. “Al poner un precio -financiero o implícito- a un recurso gratuito (el clima), la transición incrementa los costos de producción, sin garantía de que la reducción en los costos energéticos con el tiempo los compense, mientras que las inversiones que requiere no aumentan la capacidad productiva, pero de todas formas debe ser financiadas”.

Pisani-Ferry, afiliado al grupo de expertos Bruegel en Europa y al Instituto Peterson de Economía Internacional en Washington, es un pensador extraordinariamente claro sobre este tema.

Señala que la transición implica un fuerte gasto de capital hoy para reemplazar el consumo de combustibles fósiles en el futuro. Pisani-Ferry estima que una familia francesa de clase media gastaría el 44% de su ingreso disponible anual en una bomba de calor y el 120% en un automóvil eléctrico. Estas inversiones elevan la demanda, pero no dejan a las familias en mejor situación, ya que simplemente hacen lo mismo que lo que reemplazan. Y si aumentan los impuestos para pagar estas inversiones, las familias estarán peor financieramente.

La forma más eficiente de redirigir el consumo y la inversión de los combustibles fósiles a la energía de cero emisiones es un impuesto al carbono o un sistema de tope y comercio de emisiones. Europa ha adoptado un sistema así además de objetivos cada vez más estrictos, especialmente después de que Rusia cortó el suministro de gas natural tras su invasión de Ucrania en el 2022. Pero a medida que el costo ha aumentado, también lo ha hecho el descontento público, desde las protestas de los “chalecos amarillos” en Francia en el 2018 hasta la victoria la semana pasada en las elecciones holandesas del Partido de la Libertad de extrema derecha, que quiere eliminar todas las regulaciones climáticas.

Los líderes estadounidenses han rechazado cualquier impuesto o tarifa federal al carbono. La solución de Biden es no pedir a los consumidores que paguen por la transición verde; su Ley de Reducción de la Inflación (LRI) inyecta, según algunas estimaciones, aproximadamente un millón de millones de dólares en vehículos eléctricos, energía renovable, hidrógeno y otras tecnologías de cero emisiones.

Los subsidios pueden desempeñar un papel vital al dar tiempo a la energía verde para crecer e innovar hasta que sea competitiva con los combustibles fósiles. Pero la LRI se ha visto socavada por condiciones externas, como los requisitos de fabricación estadounidense y por la inflación de la tecnología verde, un subproducto de la propia LRI, que ayudó a impulsar la demanda.

Finalmente, la agenda de inversiones de Biden fue diseñada para la era prepandémica, cuando las bajas tasas de interés le hacían un favor al perfil financiero de la inversión en energías renovables y era menos probable que los déficits presupuestarios federales desplazaran la inversión privada. Esos supuestos ya no aplican.

Durante años, el costo de la energía eólica y solar se desplomó, pero desde el 2021 ha aumentado, indica el banco de inversión Lazard. Las tasas de interés son un factor importante que Lazard calcula que afecta más a la energía eólica y solar marina que al gas natural.

Muchos desarrolladores ya no pueden suministrar electricidad a las tarifas previamente acordadas. Orsted de Dinamarca, el mayor desarrollador eólico del mundo, asumió un cargo de 4 mil millones de dólares a principios de noviembre por retirarse de dos proyectos frente a la costa de Nueva Jersey. La empresa hoy vale 75% menos que a principios del 2021.

El atractivo financiero de los vehículos eléctricos se ha desvanecido de manera similar. Tesla demostró que fabricarlos puede ser rentable, pero hasta ahora parece un caso atípico. Tesla capturó la mayor parte de los primeros usuarios, conductores dispuestos a soportar el costo y la molestia de recargar un VE a cambio de rendimiento y sello ecológico. Para la mayoría de los conductores, el toma y daca todavía no funciona, incluso con subsidios.

Cierto, la LRI ha impulsado un auge en fábricas de VEs y baterías. Pero una transición ecológica exitosa requiere que esas fábricas sean rentables, y los fabricantes automotrices de Detroit siguen perdiendo dinero con cada VE que venden.

Los VEs con el tiempo deberían requerir menos mano de obra y, por lo tanto, ser más baratos de construir que los vehículos impulsados por gasolina. Pero los trabajadores del sector automovilístico no están más dispuestos a pagar por la transición verde que los consumidores o los inversionistas. En su reciente huelga, el sindicato United Auto Workers obtuvo compromisos que hacen que a Detroit le resulte aún más difícil ganar dinero con los vehículos eléctricos.

En un informe aleccionador esta semana, los analistas automotrices de Morgan Stanley estimaron que la empresa no financiera promedio en el S&P 500 gasta su capitalización de mercado en gastos de capital e investigación y desarrollo en unos 50 años. GM y Ford gastan el suyo en 1.9 y 2.6 años, respectivamente. “En nuestra opinión, esto no puede continuar”.

La transición verde sigue siendo crítica, pero su camino será complicado hasta que alguien acceda a pagar por ella.

Orsted, de Dinamarca y el mayor desarrollador eólico del mundo, hoy vale 75% menos que a inicios del 2021. Crédito: AP