Presupuesto de fin de sexenio

(FRANCISCO BÁEZ RODRÍGUEZ. CRÓNICA)

El proyecto de presupuesto para 2024 tiene una característica novedosa y otra de muy viejo cuño. Lo novedoso es que se trata del primer presupuesto expansivo en todo el sexenio de López Obrador, que se había caracterizado por una política fiscal-presupuestal sumamente conservadora, bajo el mantra de la austeridad republicana. Lo añejo es que es el típico presupuesto de fin de sexenio de cuando el PRI era partido prácticamente único.

Hay quienes han alzado algo más que las cejas al ver que el presupuesto contempla un déficit primario equivalente a 1.2% del PIB (es decir, aun descontando los pagos de la deuda pública). Y esto significa que habrá más deuda.

El problema no es, y nunca ha sido, el tamaño de la deuda pública, sino la capacidad para financiarla (pensemos, por ejemplo, en la enormísima deuda pública de Estados Unidos, que suele ser fácilmente financiable por la aceptación casi universal de la divisa y de los bonos estadunidenses). Lo que el crecimiento a corto plazo de la deuda significa es que, ante la demanda mexicana de financiamiento, éste será con tasas de interés mayores.

Si la contratación de deuda pública sirve para detonar, a través de las inversiones, un mayor crecimiento de la economía, entonces es útil mientras sea financiable, Si sirve para otra cosa, entonces es como patear la lata… sólo que la lata está rellena de cemento.

Al mismo tiempo, el anuncio de un presupuesto deficitario tendrá (o está teniendo ya) efecto en los movimientos de capitales especulativos, que suelen comportarse como esclavos de las teorías ortodoxas y que tienen -Einaudi dixit- memoria de elefante, valentía de pollo y patas de liebre. Para evitar una corrida, el Banco de México tendrá que mantener elevadas las tasas de interés y de todos modos se acabará el fenómeno del superpeso.

Un presupuesto expansivo era una necesidad en tiempos de pandemia y de inmediata post pandemia, pero no se hizo, en aras del malentendido concepto de austeridad, con lo que la recuperación de la economía mexicana fue tardía respecto a la de la mayor parte del resto de los países.

Entonces uno se pregunta, ¿por qué hasta ahora? La única respuesta es: porque así era el tradicional ciclo mexicano de negocios y así volverá a ser.

¿En qué consiste el tradicional ciclo mexicano de negocios? Es un ciclo sexenal, por supuesto. El primer año, el gobierno recibe una situación fiscal-presupuestal muy apretada, por lo que tiene que hacer ajustes o se los hacen desde afuera (va desde la “atonía” de 1971, hasta el “error de diciembre” y el “efecto tequila” de 1995). Durante los años siguientes, la rienda presupuestal se va aflojando paulatinamente (salvo con De la Madrid, quien aplicó política de shock todo el tiempo), hasta llegar al último año del sexenio (el “de Hidalgo”), en el que la economía va a todo meter, pero generando desequilibrios que el próximo gobernante tendrá que arreglar.

Si vemos hacia donde van los gastos extra que explican el déficit previsto para 2024, encontraremos cinco (o seis) grandes rubros. Uno es el aumento de los apoyos directos de carácter social. Otros dos son las inversiones necesarias para que los proyectos insignia de López Obrador, el Tren Maya y Dos Bocas, efectivamente queden completados al final de su gobierno. También están los grandes apoyos fiscales a Pemex y CFE para que no se derrumben sus finanzas. El sexto son las necesidades electorales.

De hecho, las necesidades electorales son las que determinaron que este año el presupuesto fuera distinto. Se requiere que los distintos apoyos sociales lleguen copeteados y a tiempo, que se vea que el Presidente cumple, que la soberanía energética aparezca bien maquillada y también, posiblemente, que aparezcan algunos guardaditos útiles para las campañas. Adicionalmente, el mayor gasto e inversión se traducirá en mayor consumo, y la economía crecerá por encima de la media de los años recientes, con lo que se genera una sensación de que las cosas no van tan mal y van a mejorar.

Para completar el paquete, hay una severa disminución al presupuesto de la Secretaría de Salud, compensada por un aumento al IMSS, en la lógica de que el IMSS-bienestar logrará hacer lo que el Insabi no pudo. Todo menos aceptar que se cometió un error garrafal al desaparecer el Seguro Popular. Sería darle municiones a la oposición.

¿Cuál será el resultado? En principio, que en 2024 la economía crecerá al menos el 3 por ciento previsto, generando más empleo, sobre todo en el sureste, que habrá más dinero en las tarjetas del bienestar y pensiones, que correrá mucho en las campañas, que el crédito seguirá siendo caro y que sólo el nearshoring nos ayudará a que el saldo de la inversión fija compense las salidas de capitales. De todos modos, la estimación de un tipo de cambio de 17.10 pesos por dólar parece demasiado optimista.

No vendrá la gran crisis pronosticada por quienes ven déficit y embisten. Pero quien suceda a López Obrador al frente del gobierno federal, se encontrará con las manos atadas para el presupuesto de su primer año: le será imposible tener uno expansivo. De su capacidad para sortear el asunto dependerá si en 2025 nos conformamos con tener una “atonía” de crecimiento limitado o entramos, ahora sí, en crisis. Como en los tiempos del viejo PRI.