Protegen y aumentan cultivos… ¡con bacterias!

(ISRAEL SÁNCHEZ. REFORMA)

Damien Formey, Mario Serrano, Yordan Romero, Eria Rebollar y Miguel Ángel Cevallos trabajaron en el proyecto del Centro de Ciencias Genómicas de la UNAM. Crédito: Cortesía CCG

Limones amarillos tratados con una bacteria, mientras muestran distintos niveles de infección por Penicillium digitatum. Crédito: Cortesía CCG

El hongo Botrytis cinerea, que infecta a diversos frutos, podría atacarse con bacterias que viven en la epidermis de las ranas. Crédito: Cortesía CCG

Ante el desafío cada vez mayor de cultivar más y mejores alimentos, la ciencia parece haber hallado un insólito aliado en los anfibios. Más específicamente, en las bacterias que viven en su epidermis.

Algunos de esos microorganismos presentes en el microbioma de la piel de ranas tropicales tienen la capacidad para combatir el Botrytis cinerea, un hongo patógeno “que echa a perder nuestros alimentos”, explica Mario Serrano, ingeniero agrónomo y doctor en Ciencias, e investigador del Centro de Ciencias Genómicas (CCG) de la UNAM.

“En mi grupo de trabajo, desde hace ya varios años, estamos tratando de encontrar alternativas ecológicas. Porque el agricultor o el productor lo que hace es aplicar fungicidas, aplicar agroquímicos; no es lo ideal porque afectan tanto la salud humana, afectan al medioambiente y, peor aún, ya hay muchos de estos patógenos que son resistentes”, expone en entrevista telefónica.

Los investigadores del CCG corroboraron la propiedad antifúngica de ciertas bacterias en la piel de anfibios, sobre lo cual ya publicaron un artículo en la revista Frontiers in Plant Science, a partir de la colaboración con la ecóloga microbiana Eria Rebollar, estudiosa del microbioma en la piel de ranas afectadas por la infección del hongo Batrachochytrium dendrobatidis (Bd), que es parecido al mencionado fitopatógeno Botrytis cinerea.

“De su colección de 230 bacterias, encontramos tres candidatos con efecto antagónico contra este hongo. Luego hicimos algunas pruebas en el invernadero con una planta modelo que se utiliza mucho en el laboratorio que se llama Arabidopsis thaliana; la inoculamos con cada bacteria durante cuatro semanas, y posteriormente la infectamos con el hongo”, narra a REFORMA Yordan Romero, biólogo y maestro en Ciencias Biológicas.

“Quisimos ver la reacción de la planta que tenía la bacteria, y luego qué pasaba cuando llegaba el hongo, y vimos que había una disminución de la infección producida por este hongo”, resalta el también investigador del CCG. “La bacteria estaba activando sistemas de defensa vegetal, ayudando a la planta a protegerse”.

Además de esto, que es uno de los principales resultados tras cuatro años de trabajo doctoral de Romero, encontraron que tales bacterias procedentes de los anfibios también pueden fomentar el crecimiento de las plantas. Algo que ya dieron a conocer con otro artículo publicado en la revista Plant Molecular Biology.

“Lo que hizo Yordan fue evaluar si estas bacterias tenían un efecto que se le llama bioestimulante. Y, afortunadamente, nos dimos la gran y agradable sorpresa de que sí, efectivamente estas bacterias, además de proteger en contra del hongo patógeno, también hacían crecer a las plantas. No solamente a los modelos de Arabidopsis thaliana, sino también a otras plantas como el jitomate”, describe Serrano, con evidente entusiasmo ante el hallazgo.

“Había un incremento mayor en el tamaño del fruto; son más grandes los frutos cuando está la bacteria. Entonces, se propone esta alternativa contra los fertilizantes y los fungicidas químicos”, refrenda Romero, enlistando algunos cultivos que podrían beneficiarse: limones, arándanos, fresas y jalapeños.

Pese a la emoción por lo que desde ya se aprecia como un potencial bioproducto que contribuya a resolver el referido desafío de mejorar la producción de alimentos, ambos investigadores del CCG señalan que todavía es necesario realizar pruebas importantes para verificar, por ejemplo, que consumir las frutas y vegetales cultivados de esta forma sea seguro.

“No podemos ahorita ser irresponsables y decir: ‘Ya, aquí está un producto que tenemos, que protege a las plantas y que las hace crecer más’, y soltarlo al mercado. Pues no, no se puede hacer así”, subraya Serrano, quien sabe de primera mano la demanda que hay por un biodesarrollo de esta índole.

“En algunas pláticas a las que he ido con algunos productores, me dicen: ‘Ah, pásamela, yo la aplico’. ‘No, espéreme’. ¡Imagínate! Uno, sería muy irresponsable, y, dos, no queremos soltar un microorganismo que pueda afectar justamente toda la ecología de nuestras tierras”, agrega el ingeniero agrónomo.

Romero, joven investigador originario de Puebla, detalla que los análisis de toxicidad del posible fertilizante biológico y biofungicida comenzarán en gusanos de la especie Galleria mellonella; “si la población de gusanos se muere, entonces hay un riesgo de que tu bacteria pueda reaccionar como patógeno”, apunta. Y también en cultivos celulares humanos.

“Lo que tú esperas ver en ese tipo de muestras es que la bacteria no se adhiera a la célula, porque entonces si se adhiere quiere decir que le estás dando un medio óptimo para que la bacteria se colonice y, por lo tanto, pueda crear un efecto negativo”, advierte Romero.

“Todavía se requieren años de investigación”, reconoce, calculando mínimo cuatro años de trabajo por delante para hacer las verificaciones correspondientes, incluido que lo observado en el laboratorio y el invernadero por una docena de expertos suceda de la misma forma en las condiciones abióticas del campo abierto.

De cualquier forma, reitera Serrano, la emoción por estos primeros hallazgos es grande, con buenas posibilidades de dar lugar a una nueva alternativa ecológica para el campo.

Entre ajolotes y el cuidado ambiental

Hablar de anfibios no es algo limitado a las ranas tropicales panameñas estudiadas por Eria Rebollar, sino que también incluye a un favorito nacional como es el ajolote.

“Ya contamos con una colección de bacterias. Eria tiene una colección de bacterias de la piel del ajolote y estamos repitiendo la experiencia y con resultados, debo decir, aún más alentadores”, destaca Serrano.

“Muchos me preguntan si se mataban a los anfibios. No se matan, solamente se toma la muestra directamente del sitio donde se encuentran habitando estos anfibios, del agua, que es un medio de cultivo óptimo para la bacteria”, precisa, a su vez, Romero.

Esto es de crucial relevancia, pues, a decir de Serrano, un abordaje como éste donde las soluciones están en la propia naturaleza depende de la conservación de la misma para eventualmente poder hallarlas.

“Esto nos indica cuán importante es cuidar nuestros medios ambientes, porque si los perdemos vamos a perder el potencial biotecnológico y el potencial microbiano que ha tardado millones de años en generarse”, previene Serrano.

“Imagínate, si hubiéramos perdido estas ranas por la falta del medio ambiente, por nuestra culpa o por otras razones, pues simplemente no hubiéramos tenido la oportunidad de realizar esta investigación. Lo mismo ocurre con el ajolote. Entonces, creo que esto además es un llamado de atención más para que nosotros cuidemos nuestro medio ambiente, y podamos aprovecharlo, aprender de él y saberlo usar, pues”.

‘No ha habido abundancia’

Aunque la soberanía alimentaria figure como presunta prioridad para el Conahcyt por encima de otros temas, eso no quiere decir que un proyecto como el de Romero, evidentemente enfocado a mejorar la producción nacional de alimentos, reciba un apoyo significativo.

“Sí hubo apoyos por parte de Conahcyt. Hubo alguna limitación un poco en el capital, pero tuvimos lo suficiente para desarrollar el proyecto”, dice, agradecido, el joven investigador poblano.

Serrano, su director de tesis en el CCG, se expresa al respecto con mayor asertividad.

“Principalmente, nuestro apoyo ha venido de la UNAM, gracias al programa que tiene para apoyar los proyectos de investigación. También contamos con un pequeño apoyo de Conahcyt; debo, lamentablemente, decirlo así. No ha habido abundancia desde, ya no digamos este sexenio, sino desde los anteriores. Y los otros apoyos que hemos tenido son internacionales”, puntualiza.

A decir suyo, el apoyo a la ciencia debe estar garantizado independientemente de la generación de productos biotecnológicos; es decir, por la simple y vital necesidad de seguir generando conocimiento, “que es donde empieza todo”, recalca.

“Pero si no hacemos el trabajo, si no apoyamos a las diferentes áreas del conocimiento de las humanidades, las artes y las ciencias, pues estamos destinados a buscar los apoyos fuera de México o en otras instituciones. Algunos lo podemos lograr, pero tristemente no es el caso para todos los investigadores.

¿Ha hecho falta que circulen los billetes?
Así es, sí, que el apoyo se note. Creo que todavía es algo que está pendiente, que tengamos una mejor participación del presupuesto neto para la ciencia y la educación en general. Creo que eso está pendiente.