Es el mejor pitcher mexicano en muchos años a la redonda. Y hablamos de la posición en la que más han destacado los compatriotas en el béisbol de las Grandes Ligas. Julio Urías lo ha ganado todo en Estados Unidos. Ha sido campeón, ha sido considerado hasta para trofeo Cy Young, que consagra el mejor lanzador del año. Es, fuera de toda duda, una de las grandes figuras de su generación. Algunos han llegado a comparar su talento con el de Fernando Valenzuela. Pero hay un lado oscuro suyo que siempre emerge. Urías fue detenido el domingo por agredir a su pareja, Daisy Pérez. Lesiones graves, es el cargo. Y esta no es la primera vez que ocurre. Ya había sucedido en 2019. En aquella ocasión, el deportista fue suspendido por 20 partidos. Esta vez, los Dodgers han decidido colocarlo en “baja administrativa” mientras el resultado del proceso se define. Urías está libre bajo fianza, luego de pagar 50.000 dólares.
Es de notarse el bajo perfil que la noticia ha recibido en los medios internacionales. Hubo quien destacó más el dato de que Urías había acudido a ver un partido de fútbol en el que participaba el estelar Leo Messi que su propia detención. Parece extraño que esto ocurra simultáneamente con el caso de Jenni Hermoso, la futbolista española campeona del mundo que fue besada contra su voluntad por el presidente de la federación, Luis Rubiales. Mientras que Hermoso y sus compañeras alzaron la voz y pusieron a Rubiales contra las cuerdas, y la atención mediática y el debate mundial en torno al tema han sido enormes, el tema de Urías pasa de puntillas en los medios. ¿Cómo es que una superestrella agrede a su pareja y la cosa pasa de noche?
Mucha de la narrativa que se ha construido en torno a Urías ha preferido destacar su origen humilde y el esfuerzo extra que ha requerido para superar sus problemas de visión antes que poner en perspectiva sus acciones. Se le ha tratado como un héroe deportivo a la altura de sus grandes logros. Vaya, incluso después de haber sido suspendido por la primera agresión, el pitcher fue recibido en Palacio Nacional, en noviembre de 2020, por el presidente Andrés Manuel López Obrador, gran aficionado a la pelota, y que llegó a difundir videos y mensajes de apoyo al nativo de Culiacán para festejar sus triunfos con los Dodgers en la Serie Mundial de ese año. “Es el Valenzuela II”, llegó a decir el mandatario.
La primera reacción fuerte esta vez se ha producido entre los aficionados de los Dodgers. Pancartas con la leyenda “Las mujeres no se tocan” han aparecido en las tribunas del estadio de los Marlins, contra quienes los californianos se encuentran jugando una serie. También se divulgaron algunos mensajes alusivos de los aficionados en las redes. Pero ningún pronunciamiento categórico de la liga, el equipo o sus colegas. Los deportistas en Estados Unidos parecen gozar de un estatus privilegiado, que los hace casi intocables. Tanto en la MLB como en la NFL se han producido casos de violencia machista que las ligas han preferido minimizar con sanciones leves y calificativos de “violencia doméstica”.
Por lo pronto, la temporada se encuentra en su recta final y parece haber terminado para Urías, quien al terminar la campaña se convertirá, por primera vez en su carrera, en agente libre.
¿Recibirá una sanción a la altura de su violencia o privará el interés económico en darle un gran contrato a un beisbolista que en el campo rinde mejor que la mayoría? Y, sobre todo, ¿seguiremos en México hablando de Urías por sus triunfos y tapándonos los ojos ante su violencia?