Sicarios, corcholatas y Xóchitl

KUAN MANUEL ASAI. CRÓNICA

La inseguridad se sale de control. Está en su peor momento. Las bandas criminales imponen condiciones en muchas plazas del país donde ejercen el poder real por encima de las autoridades legalmente constituidas. Mientras eso ocurre, la clase política en pleno, comenzando por el presidente, con el seguimiento obsesivo de los medios y la atención de los ciudadanos, está concentrada en la disputa por el poder político.

Las corcholatas encubren a los sicarios, acaso sin reparar en ello, porque su activismo político es una suerte de parapeto, una muralla mediática, detrás de la cual prospera un paraíso criminal. La agenda informativa gira en torno a que si las corcholatas se desinflan, que si Xóchitl las asusta, que si Creel llora, que si el presidente está, ahora sí, desaforado. Todos, incluidos periodistas, en la grilla, mientras que México se consolida como uno de los países más peligrosos del planeta y las bandas criminales se enseñorean.

Informaciones de alto impacto, que en cualquier país normal harían trastabillar al gobierno, como el asesinato de Hipólito Mora después de media hora de balazos, los fusilamientos de Apodaca, los cuerpos desembrados en Chilpancingo, el secuestro de los trabajadores de la Secretaría de Seguridad en Chiapas, aquí esos temas apenas y despeinan a las autoridades.

Mientras la violencia no tenga un costo político para los gobernantes no habrá un combate efectivo. Un feminicidio sin resolver debería ser motivo para que la gente le quite el respaldo electoral a un político. En México hay cientos, acaso miles, de feminicidios impunes, y el presidente mantiene índices elevados de popularidad, como si salvaguardar la integridad de los ciudadanos no fuera su primera obligación.

Se olvida que la razón de existir del Estado es brindar seguridad a las personas que viven en su territorio. El pacto social original es: te obedezco a cambio de que protejas mi vida y mis propiedades. No hay más.

Todas esas señoras y señores cuyos nombres saturan las columnas compiten para hacerse del control del Estado y asumir, en consecuencia, la responsabilidad de proteger a la gente. Pero al revisar la prensa tal parece que ganar las posiciones políticas es el fin en sí mismo, y no cumplir con la razón de ser del Estado que es la seguridad. Un error de percepción que nos está costando sangre.

Un gobierno que tiene el récord histórico de más homicidios debería estar en retirada, avergonzado, porque le falló a la gente, pero no. Al contrario, la 4T va adelante en las encuestas y puede repetir. Los ciudadanos en lugar de castigarlos los premian. Muy raro. Japón, cuya población es similar a la México, registra 310 asesinatos al año. En nuestro país hay más de 30 mil cada año. Es una comparación odiosa, es cierto, pero que expone la matanza que ocurre en México sin que haya contundentes consecuencias político-electorales.

La 4T se quita de encima la responsabilidad diciendo que es culpa del pasado y a otra cosa, a seguir con el carnaval de las corcholatas, llenando el país con anuncios espectaculares de los aspirantes, anuncios que aparecieron de la nada y nadie pagó por ellos Los sicarios están encantados con Xóchitl, las corcholatas y los arrebatos presidenciales. Para ellos, los matarifes, es estupendo que el tema de las sobremesas sean los políticos y sus desfiguros.

La fortaleza del crimen organizado y desorganizado en el país tiene causas múltiples, pero una de las principales es que las fuerzas armadas andan distraídas. Ayer, por ejemplo, se informó que la Secretaría de la Defensa Nacional ya registró el nombre de su nuevo negocio, la Aerolínea Maya. Parece chiste, pero es anécdota.