(GUILLERMO KNOCHENHAUR. EL FINANCIERO)
De las condiciones climáticas depende que haya suficientes alimentos disponibles y a precios accesibles; este mes, el 67.1% del territorio nacional padece sequía que va de moderada a extrema, lo que es un 52.8% más superficie que hace un año.
Como se le quiera ver, es muy clara la relación entre condiciones climáticas y la eficiencia agrícola, pero el tema climático, a pesar de su crucial importancia, hace que la gente levante los hombros pensando que no puede hacer nada para evitar catástrofes como las que se ven en otras partes, ni lo siente urgente mientras le siga saliendo agua al abrir la llave del lavabo o la regadera.
Hay cierta justicia en esa indiferencia social, porque no es la gente, así en general, la responsable del calentamiento global sino el modelo industrial de producción diseñado para activarse quemando hidrocarburos. Y eso es lo que tiene que cambiar, no los hábitos de la población, sino la planta productiva para adaptarse a fuentes alternativas de energía.
Eso se sabe desde hace unos 50 años, y hasta 1995 muchos gobiernos hicieron compromisos de reducir la emisión de gases de efecto invernadero que no han cumplido, pero lo que ahora se perfila como una actitud suicida de gobiernos como el de Inglaterra y el de Italia, ambos conservadores, es que empiezan a cuestionar los costos y la urgencia de las metas de reducir las emisiones de efecto invernadero; no es que hayan descubierto que la alteración del clima es inocua para la vida y la salud humanas, sino que los costos de la transición ecológica les parecen insostenibles, o mejor dicho, incompatibles con las ganancias de los negocios que esos y demás gobiernos representan.
De ahí el tono de las declaraciones del Papa Francisco y del secretario general de la ONU, António Guterres, a las que nos referimos la semana pasada. Sin duda, estamos ante la obligada reconversión integral del modo de producción industrial y del parque vehicular, organizados desde el siglo XIX para la quema de hidrocarburos. Los montos de las inversiones requeridas son inconmensurables y los inversionistas no pueden calcular el dinero que ganarían con hacerlo. Y no lo hacen.
Los costos de lo poco que se ha hecho (menos del 4% de lo que se sigue gastando en exploración y extracción de petróleo, sin contar su procesamiento, es lo que se invierte en fuentes alternativas de energía) se les han trasladado a los consumidores; mientras la transición ambiental se piense en términos de mercado y no de un plan mundial de emergencia, la lógica de las ganancias seguirá deteniendo las acciones.
México es un país muy vulnerable ante el cambio climático; las regiones más afectadas de manera severa a extrema por la sequía que viene desde 2020, son las del Norte, el Noroeste y el Bajío, que son donde se concentra la mayor infraestructura de riego del país, y por lo mismo, han sido las de más altos rendimientos agrícolas. Este año producirán mucho menos.
El Grupo Consultor de Mercados Agrícolas estima una reducción que puede llegar a 60% de la superficie que se siembre de maíz en el ciclo otoño-invierno 2023/2024, y es que a las presas de Sinaloa les falta el 61% de agua contra el volumen que tuvieron el año pasado, y las de Sonora están igual de vacías. El gobierno de Sinaloa declaró estado de emergencia para las siembras de otoño-invierno 2023/24.
La sequía también afecta a las principales zonas productoras de frijol, en las que se redujo la superficie sembrada, además de que lo que se sembró del ciclo P-V 2023 tuvo daños en la germinación; en concreto, este 2023 se cosechará un 30.7 menos frijol que el año pasado y tendrán que importarse un 56% más toneladas desde EUA, donde también a causa de clima seco, la producción se estima que será 13% menor y los precios, por supuesto, bastante mayores por efecto del desequilibrio entre oferta y demanda.
Si las sequías son recurrentes en el norte del territorio, en el sur y en el sureste está el 60% del agua dulce con que cuenta México. Un acierto del gobierno de López Obrador ha sido haber destinado fuertes inversiones a esas regiones, las más ricas en recursos naturales y las más abandonadas en inversiones públicas y privadas. Se están construyendo un tren turístico, un corredor transístmico y una refinería, pero nada se ha previsto para aprovechar esa agua en elevar los rendimientos agrícolas en esa región.
Esa es la carta más fuerte de México para adaptarse ante fenómenos meteorológicos que pondrán en peligro, cada vez con mayor intensidad y frecuencia, la producción alimentaria en el norte del país.