BLANCA JUÁREZ. EL ECONOMISTA
En entrevista, María Midori, integrante de la Alianza Mexicana de Trabajadoras Sexuales (AMETS), cuenta algunos de los puntos generales y más importantes de esta actividad. A través de su historia, vemos la de muchas otras mujeres.
El miedo la había detenido a llamar al número que venía en el anuncio. Cuando al fin lo hizo, otro temor la detuvo a ir enseguida a la dirección que la mujer le indicó: “¿Y si nunca me dejan salir?”. Los discursos totalizadores sobre el trabajo sexual también se los había creído ella.
A los 19 años, cuando María Midori inició en esta actividad y todavía muchos años después, ella misma no se hubiera reconocido como trabajadora, con los derechos que ello conlleva. Ahora no tiene duda: el trabajo sexual es trabajo, sostiene.
“Esto me ha generado muchas reflexiones en torno al concepto ‘trabajo’”, dice en entrevista. Las conclusiones que ha ido obteniendo a lo largo de estos 16 años de ejercerlo, la condujeron a organizarse con otras compañeras para formar la Alianza Mexicana de Trabajadoras Sexuales (AMETS), una de las pocas agrupaciones fundadas por mujeres cis (aquellas personas que están de acuerdo con la identidad de género y sexo que les asignaron al nacer).
“La mujeres trans son quienes llevan años en esta lucha y por ese camino vamos nosotras. Pero si bien la AMETS está conformada por mujeres cis, pues como grupo tenemos otras necesidades, no excluimos a hombres cis, hombres trans o mujeres trans. Al final, creamos esta alianza en torno al trabajo sexual”.
El tema divide. Algunas personas con una postura prohibicionista o abolicionista aprovechan nociones marxistas y señalan que el trabajo se vale de la fuerza de trabajo, no del cuerpo.
“No vendemos el cuerpo. Trabajo con él, pero no lo ofrezco plenamente a alguien, tengo capacidad de negociar condiciones y límites. Siempre nos piensan como personas sin agencia y eso no nos ayuda, al contrario. No somos víctimas de trata, nosotras damos el consentimiento hasta cierto límite”.
Lo que ofertan, explica María Midori, es un servicio. “Todos trabajamos con el cuerpo, porque es el vehículo con el que estamos en este mundo, no hay forma de que no lo uses. Por otro lado, hay compañeras que trabajan de manera virtual, a muchas ni siquiera las ven porque ofrecen servicio de chat hot o de sexting” o en plataformas que han tenido tanto auge como OnlyFans.
Una de las conclusiones a las que ha llegado en este proceso es que “muchas personas asocian lo sexual con la violencia. Y, por un lado, el trabajo sexual no es exactamente así, no es sinónimo de violencia. Por el otro, en otros trabajos hay violencias claras y solapadas y no es porque haya sexo”.
Las estimaciones sobre el número de personas que se dedican al trabajo sexual en México varían y generalmente están asociadas con las víctimas de trata sexual. Los posicionamientos políticos y religiosos, pero también clasistas y racistas sobre la prostitución han impedido contar con cifras oficiales.
Sin embargo, Segunda Encuesta de Trabajo Sexual, Derechos y No Discriminación da luces, al menos en la Ciudad de México. El 54% de quienes ejercen este trabajo es mujer trans, el 40% es mujer cis, el 5% es hombre cis y 1% es hombre trans.
La investigación, realizada por el Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México (Copred), también muestra que el principal motivo del 90% para ejercer el trabajo sexual es económico. El 55% dijo que por falta de oportunidades laborales, por decisión propia lo hace el 12% y a 2.3% le obligan a prostituirse.
Principales obstáculos del no reconocimiento
“Para hablar sobre trabajo sexual resulta prioritario distinguirlo de la trata de personas en su modalidad de explotación sexual”, señala el Copred en el informe de la Primera Encuesta de Trabajo Sexual, Derechos y No Discriminación.
La Ley General para Prevenir, Sancionar y Erradicar los Delitos en Materia de Trata de Personas y Para la Protección y Asistencia a las Víctimas de estos Delitos, en el artículo 10, señala como una de las modalidades “la prostitución ajena u otras formas de explotación sexual”.
Esta ley “no criminaliza el trabajo sexual, pero sí los trabajos adyacentes y no incluye criterios para delimitar cuándo es trabajo, tampoco habla del consentimiento”, señala María Midori.
En el Senado y en la Cámara de Diputados hay iniciativas de reforma a esa legislación para no criminalizar el trabajo sexual. Desde 2019, Temístocles Villanueva (Morena), diputado del Congreso de la Ciudad de México, presentó una propuesta para crear la Ley de Trabajo No Asalariado e incluir el trabajo sexual. Pero ningún proyecto ha avanzado en alguno de esos espacios.
En tanto, las condiciones de trabajo y de vida de las personas que ejercen esta actividad sigue en vilo. “El primer problema al que nos enfrentamos es que, cuando hay un abuso, no lo podemos denunciar”, apunta la activista.
El estigma social y la falta de certeza legal “nos dificulta el acceso a la justicia y a la salud. También a obtener un crédito, lo cual trae otros problemas, por ejemplo, el acceso a la vivienda, porque no podemos comprobar los ingresos. Como ves, todo va acumulándose, avanzas y hay otra barrera, y otra, y otra”.
“¡Súper jalo!”
María Midori tenía 19 años, había dejado el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH), de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Con el certificado de secundaria eran pocas sus opciones laborales.
“Tenía trabajos bien pinches. Trabajé de varias cosas, desde auxiliar en una oficina hasta en un local de carnitas. Mi último trabajo fue en una empresa de limpieza, en outsourcing, ahí me explotaban muy cabrón, ganaba como 7 pesos por hora”.
María siempre recorría cada fila de la sección de empleos del Aviso oportuno. Y al final, invariablemente, llegaba a los anuncios disfrazados con palabras como “compañía”, “scort”, en la que solicitaban a “chicas”.
Ella los miraba con curiosidad, sabiendo de qué se trataban. El cine, la literatura y otros medios de comunicación han creado una atmósfera arcana alrededor de la prostitución, no siempre para bien. Por eso a ella le daba miedo.
“Ay no, eso es pura violencia y no es trabajo”, se decía, mientras vivía en condiciones de explotación laboral.
“Un día me animé a marcar. Me contestó una señora y me preguntó si ya había trabajado de esto. Respondí que no. Ella desde el principio fue muy directa: ‘lo que hacemos es dar servicio sexual’” y le explicó la dinámica.
El centro laboral era una casa. “Los clientes llegan, se les ofrece una copa de cortesía, se les presenta a las chicas y ellos eligen.
“No recuerdo cuánto costaba el servicio, me parece que eran 200 pesos, la mitad era para la casa y la mitad para ti, y eran de máximo 15 minutos. Yo, que ganaba 56 pesos al día y me dicen que podía ganar 100 pesos en 15 minutos, dije: ‘súper jalo’”.
Los espacios de trabajo
Los lugares de trabajo son diversos: la calle, casas de citas, establecimientos mercantiles e Internet. Cada uno tiene sus riesgos. Para quienes laboran, “mucha gente cree que son los clientes, pero ellos serían en segundo lugar, el primer foco rojo es la policía”.
Según un estudio de la Red de Mujeres Trabajadoras Sexuales de Latinoamérica y El Caribe (Redtrasex), entre los tres primeros agentes de agresión está la pareja sentimental y la familia.
Quienes trabajan para terceros, “es decir, dueños de bares donde fichan, o tables, se enfrentan a situaciones de explotación laboral”. María Midori explica que muchas mujeres que se encuentran en esos establecimientos no están contra su voluntad, “no son víctimas de trata sexual, sino de violación a sus derechos como trabajadoras”.
En esos espacios también corren el riesgo del desempleo, agrega. La ley de trata criminaliza este trabajo y “es muy duro darse cuenta de que te instrumentalizan. Llegan los operativos a los espacios de trabajo y las autoridades dicen que están salvando mujeres, cuando realmente nos están dejando sin trabajo”.
A María Midori le preocupa que mientras los gobiernos se gastan tiempo y otros recursos en esos operativos, “las verdaderas víctimas de trata no están siendo atendidas”.
Las casas de citas son relativamente seguras, dice, si las dueñas son trabajadoras sexuales o extrabajadoras. “Las peores son las de los policías, porque sí, la tira tiene negocios en esto y son los más violentos y explotadores”.
Del silencio al reconocimiento
La mujer que le dio la información por teléfono resultó ser la dueña de la casa de citas. Ella administraba su negocio y atendía a sus viejos clientes. Su esposo limpiaba la casa y les hacía de comer a las trabajadoras.
“Mi primer cliente se dio cuenta en corto que yo era nueva. Era un viejito cascarrabias, pero me dio tips así de: nunca digas tu nombre real ni dónde vives; hazte un personaje, porque no sabes qué loco te vas a encontrar”.
No trabajó mucho tiempo ahí. Un día el esposo de la dueña le llamó por teléfono. “No vengas, hubo un operativo y la policía se llevó a Claudia”, le dijo.
“Después me volvió a llamar para que le ayudara a sacar a las demás. Fue angustiante porque se llevaron a compas que tenían hijos y durante los días que estuvieron detenidas, ellos estaban solos. Fue la primera vez que dije: ‘algo aquí no está bien’, ellas no estaban siendo obligadas ni tampoco cometieron un delito”.
Las circunstancias sistemáticas le obligaban María a mantenerse en la clandestinidad. De los 16 años que ha ejercido el trabajo sexual, se escondió durante 10. Se volvió introvertida, procuraba no ir a reuniones sociales por el miedo a que le preguntaran a qué se dedica o por el fastidio de inventar una historia o tener que seguir el hilo de una que ya había construido.
“Ahora mismo estoy tratando de recuperar esa parte mía, interioricé demasiadas violencias y discursos sobre nosotras. Me dicen que hablo muy bajito, o que parece que contengo la risa”. Y es cierto, fue un mecanismo para no llamar la atención, pero terminó mimetizándose con él.
“Fue muy liberador cuando fundamos la AMETS, me ayudó a decir que soy trabajadora sexual. Me siento afortunada y estoy consciente de que no a todas les toca de la misma manera. Cuando se lo dije a mi familia no hubo rechazo, tampoco de mis amigos y compañeros de la carrera, ni de mi novio en ese entonces. Tampoco he sufrido los espisodios de violencia que muchas otras trabajadoras”.
María Midori volvió a la escuela y estudió Antropología Social en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). “Todavía hay un montón de chamba por hacer. El cambio cultural hacia será más difícil, pero lo vamos construyendo”, dice.