(JOSÉ WOLDENBERG. EL UNIVERSAL)
El paso del tiempo tiende a borrar el pasado y a dejar en el olvido obras que valen la pena. Sin embargo, no hay tradición cultural sin la recuperación de las expresiones que nos precedieron. Por ello, que la Compañía Nacional de Teatro rescate del olvido a autores y piezas merece destacarse.
Situada en los años veinte del siglo pasado, época de levantamientos armados que decidían la facción revolucionaria que gobernaría al país, María Luisa Ocampo, en Más allá de los hombres, explora la otra cara de la violencia: aquella que destroza vidas y patrimonios, deja un reguero de sangre y heridas que difícilmente pueden cerrar. Escrita en 1928, cuando la retórica de los triunfadores empieza a construir la zaga de la transformación venturosa, Ocampo se asoma a la secuela de dolor y angustia que es el reverso de la medalla.
Los años veinte son los de la juventud de la autora. Años de violencia, revueltas, asesinatos, en los que los civiles debieron vivir, en muchos casos, en la zozobra si no es que resintiendo directamente la intimidación y la brutalidad. Recordemos a vuelo de pájaro: Madero, luego de un fraude electoral, llama a levantarse en armas contra el gobierno de Porfirio Díaz. Este sale de país, pero como presidente Madero es víctima del golpe de Estado encabezado por Huerta, lo que a su vez desata la insurgencia del Ejército Constitucionalista, la División del Norte y el Ejército Libertador del Sur. Zapata es asesinado en 1919. Los generales sonorenses se lanzan al combate para derrotar a Carranza, su antiguo jefe, luego de lo cual Obregón es presidente. En 1923 es asesinado Pancho Villa, y ese mismo año se produce la rebelión Delahuertista, luego de la cual Calles puede asumir la presidencia. En 1927, al acercarse el nuevo momento electoral, los generales Serrano y Gómez son asesinados. Son las armas, la capacidad militar, la que decide quién gobierna. Luego del triunfo militar, el acceso a la presidencia se legitima con un insípido y no competido expediente electoral. Pues bien, Ocampo explora la otra dimensión, la “oculta”: los asesinatos, abusos, rupturas familiares, el clima de miedo y desolación.
En particular, recrea con una enorme fuerza dramática la doble victimización de la protagonista. No solo sufre una agresión incalificable, sino es torturada por un estigma social que la acompañará por el resto de sus días. Un código que mide de diferente forma la conducta de hombres y mujeres; y algo más atroz aún, la inversión de los papeles: el victimario exculpado y la víctima culpabilizada. Una mujer “mancillada” que, por ello, a ojos de su entorno más inmediato, ha visto degradado su valor. El drama mayor es que ella misma comparte el código de la época. Lo ha hecho suyo y eso la convierte en víctima por duplicado.
Se trata de una obra que la Compañía Nacional de Teatro, junto con la UNAM, está representando en la sala Juan Ruiz de Alarcón, dirigida por Ruby Tagle. Es el rescate de una dramaturga olvidada, que devela una visión desencantada, en las antípodas del culto a las armas y la violencia, y con una potente carga feminista.
Casi cien años después la comprensión de hechos tan devastadores se ha modificado de manera radical, por lo menos discursivamente. Hoy las víctimas son víctimas y se les reconoce como tales. Lo que devela —debería ser parte de nuestro sentido común— que los códigos e ideas que modelan los valores de una sociedad tienen su propia historia. No son ni se mantienen inmutables.