(JORGE FERNÁNDEZ MENÉNDEZ. EXCÉLSIOR)
Se equivocan quienes piensan que el tema de debate central en seguridad de México con Estados Unidos es la participación de militares en el combate al crimen organizado. Ese tema está presente, pero es secundario respecto al central, que es la definición geopolítica de México en relación con los propios Estados Unidos y como parte de América del Norte y de toda una región, América Latina, que se está transformando políticamente con mucha rapidez.
El gran adversario de Estados Unidos es China, que ha penetrado profundamente en toda América Latina y que en la visión de Washington (que en ese punto no está equivocada) está detrás, como gran proveedor y financiero, del tráfico del fentanilo ilegal que mata a miles de estadunidenses cada año y que se comercializa a través de los cárteles mexicanos.
En América Latina, China tiene grandes intereses comerciales y en materias primas, por eso el tema va más allá, está en torno a la alineación estratégica. Argentina está anclada vía Javier Milei a la agenda de Washington. En Brasil el gobierno de Lula da Silva está disputando un pulso inédito con su antecesor, Jair Bolsonaro, que está siendo procesado para impedirle participar en las elecciones del año próximo. El resultado electoral es impredecible, pero los números de Lula comienzan a declinar. En Chile, el gobierno izquierdista de Gabriel Boric, con posiciones regionales moderadas (como el de Uruguay) está un poco al margen, pero con gran distancia con Venezuela, Nicaragua y Cuba. En Paraguay hay un gobierno conservador, cercano a Trump. Lo mismo ocurrirá en Bolivia, donde Evo Morales y su partido han perdido los últimos comicios en forma estrepitosa.
En Perú, aunque no le guste a Palacio Nacional, Pedro Castillo fue un desastre que intentó dar un golpe de Estado, fue derribado y el gobierno de centro -derecha logró estabilizarse. En Ecuador, Daniel Noboa, con las relaciones rotas con México, como Perú, es un firme aliado de Trump, ganó las elecciones y está listo para alcanzar acuerdos de fondo el próximo jueves en la visita de Marco Rubio.
En Colombia, el gobierno de Gustavo Petro se derrumba y la única duda es cuál de los aspirantes de derecha y centro-derecha ganará en las elecciones del año próximo… si es que Petro logra llegar a ellas. Los vecinos más cercanos a Venezuela –Trinidad y Tobago y Guyana– están completamente opuestos a Maduro, que ha amenazado incluso su seguridad territorial. Otros países del Caribe están comenzando a alinearse en esa posición.
En América Central, el gobierno más exitoso es El Salvador de Nayib Bukele, firme aliado de Trump. La Nicaragua de Daniel Ortega y la Cuba de Díaz-Canel son parias internacionales, y los gobiernos de Honduras y Guatemala tienen siempre tendencias políticas cambiantes.
Para Trump, Canadá está más cerca de la Unión Europea que de Estados Unidos. Y la relación que tiene Estados Unidos con europeos, británicos y canadienses pasa por otras variables.
Es el momento de las definiciones para México. Habrá que decidir qué se quiere: poner distancia con Estados Unidos –cuando ahí va 80 por ciento de nuestras exportaciones, existe un absoluta interdependencia económica, comercial y social, y de donde llegan miles de millones de dólares de remesas– o avanzar en un acuerdo geopolítico de fondo como parte de América del Norte. Lo que está sucediendo en Venezuela, que puede terminar de detonar en las próximas horas, es un condición más para asumir esas definiciones.
Para comprender lo que se está jugando tenemos que elevar la mira y salir de nuestra tradicional ceguera internacional: ahí está el nuevo acuerdo entre China, India y Rusia, firmado el fin de semana pasado, una alianza trilateral que busca profundizar la cooperación comercial, energética y política, creando un frente común frente a sanciones y aranceles occidentales, especialmente de Estados Unidos.
El acuerdo trilateral se oficializó en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) en Tianjín, China, con la presencia de Xi Jinping, Narendra Modi y Vladímir Putin, los mandatarios de los tres países. Rechazan la “injerencia en asuntos internos” y las “conmociones al comercio internacional” generadas por las sanciones y aranceles estadounidenses.
La declaración conjunta y los acuerdos de todo tipo al que han llegado abarcan energía, comercio, tecnología y defensa de sus respectivas autonomías económicas y políticas. India incrementará la compra de petróleo ruso y buscará reducir su déficit comercial con China, mientras Rusia y China consolidan sus rutas energéticas y suprimieron las visas de los países involucrados. Están estudiando la integración de sus sistemas de pago en monedas locales para anular al dólar en sus transacciones internacionales.
Los tres han sido enemigos en momentos del pasado, pero hoy están creando un nuevo bloque euroasiático que busca mayor protagonismo global frente a EU y Europa. Es un desafío directo a la hegemonía occidental y se presenta como el “pilar de un mundo multipolar” en el tablero internacional, propiciando a su vez nuevas alianzas, entre ellas las que puedan establecer en América Latina. Lo que quiere la Casa Blanca, y a eso viene Marco Rubio, es para establecer ese tipo de acuerdos con México, la agenda podría ser exactamente la misma, es la agenda ampliada del T-MEC: seguridad regional, energía, tecnología, agricultura, fertilizantes, espacio, salud e inteligencia artificial. Esa pertenencia e integración estaba definida hasta la llegada de López Obrador al poder. Hoy es lo que está en duda y en debate. Equivocarse en esto sería fatal.
