(SALVADOR GUERRERO CIPRÉS. MILENIO DIARIO)
Es tan poderosa la mafia estadunidense que ni Donald Trump, ni Joe Biden o ninguno de los presidentes estadunidenses después de la Segunda Guerra Mundial ha juzgado a un solo capo aliado de los mexicanos cuyas sentencias se festinan políticamente allá y acá.
Ni con el pétalo de una rosa los han tocado nunca. Ni los mencionan. ¿Dónde quedó la magia investigativa a la law and order atribuida a la DEA, el FBI y a las demás agencias de seguridad previas y posteriores? ¿Quiénes eran las contrapartes estadunidenses de Genaro García Luna? ¿O solo hablaba con otros latinos?
Si los cárteles mexicanos o colombianos tienen poder financiero, de fuego y territorial y por ello son precisamente referibles con políticas ambiguas o contradictorias por sus efectos como en el caso del sexenio 2006-2012, el poder de sus equivalentes estadunidenses representa tal capacidad que nadie puede mencionar el nombre de un solo capo de relevancia nacional en Estados Unidos o equivalente a cualquier figura de narcocorrido mexicano.
O al menos alguien semejante al funcionario corrupto empoderado por Felipe Calderón.
El ex secretario de Seguridad del panista no es sino una pieza en el entramado estadunidense de la distribución de droga en el país más adicto del planeta, al mismo tiempo de ser una nación innovadora, con una élite cultivada y oportunidades para muchos migrantes.
Tanto consumo problemático de sustancias prohibidas es funcional al sistema socioeconómico estadunidense que ha legitimado en la práctica los flujos de droga sudamericana, mexicana o china. Después de los arreglos de Chicago, Nueva York, Los Ángeles, Miami o Las Vegas con los narcotraficantes estadunidenses, acuerdos con efectos duraderos durante décadas —y quizá eso tampoco podría ser de interés del embajador Ken Salazar—, Estados Unidos difícilmente puede ser un maestro de cultura judicial.
Al estilo de Richard Hannay, el personaje de la novela Los 39 escalones, escrita en 1915 por John Buchan, el supersecretario de Seguridad al mando de la terrible guerra contra el narco no encontró la clave para evadir una larga condena por estar vinculado con organizaciones del narcotráfico.
El Juez Brian Cogan estableció una comparación no robusta con la figura de Joaquín El Chapo Guzmán. Uno ejercía el poder del Estado con un presidente; el otro es un delincuente leyenda entre ese segmento de los mexicanos participantes de la economía criminal albergada en la informal.
¿Y si Calderón lo sabía? Ya no es necesario esbozar la respuesta. Solo quedaría, como lo dijo la presidenta Claudia Sheinbaum, pedir que la ciudadanía reflexione. García Luna es el nombre de los todavía pendientes éticos del PAN.
En Los 39 escalones panistas, García Luna no encontró sus peldaños para escapar. Los anónimos capos de Estados Unidos llevan varios pisos de ventaja.