La máxima responsable de la política económica estadounidense, Janet Yellen, ha pedido “coordinación” a la UE en la respuesta a las distorsiones comerciales que provoca la “sobrecapacidad” china en mercados clave para la transición energética: coches eléctricos, paneles solares, turbinas. Y lo ha hecho en el escenario europeo más difícil, Alemania, uno de los Estados de la Unión más reticente a imponer aranceles como réplica esas distorsiones, varias bajo investigación por parte de la Comisión Europea. En Fráncfort, Yellen ha defendido la reciente subida de aranceles a chips y coches eléctricos procedentes del gigante asiático que aprobó Washington la semana anterior.
“La política industrial de China puede parecer remota mientras estamos sentados en esta sala, pero si no respondemos de forma estratégica y unida, la viabilidad de las empresas de nuestros dos países y de todo el mundo podría estar en peligro”, ha apuntado Yellen en su discurso. La dirigente estadounidense, como las autoridades europeas, dice que no apuesta por el “desacople” comercial con China, pero sí por “diversificar” los riesgos, en línea con la reducción de la dependencia de los productos chinos, como paneles solares, baterías y coches eléctricos.
Quien fuera también presidenta de la Reserva Federal ha pronunciado su discurso en la Escuela de Fráncfort poco después de que el canciller alemán, Olaf Scholz, se lanzara contra medidas “proteccionistas” que limitan el comercio mundial. Lo hizo al día siguiente de que se conociera la decisión de la administración Biden sobre las importaciones china y junto al primer ministro sueco, Ulf Kristersson, que se alineó con su homólogo germano.
Yellen sabe que los aliados europeos tienen una posición mucho más matizada respecto del gigante asiático, tanto por la dificultad de conjugar las diferentes visiones de los Estados miembros como por la dependencia que tiene la UE de muchos productos fabricados al otro lado del globo si quiere cumplir con sus ambiciosos objetivos de reducción de emisiones de carbono. Y eso mismo se ha visto durante la tarde en un debate que la presidenta de la Comisión Europea y candidata conservadora a repetir en el cargo tras las elecciones a la Eurocámara de junio, en un debate de la campaña organizado por el mayor instituto de análisis de políticas europeas, Bruegel, y el diario Financial Times. “No creo que estemos en una guerra comercial. Se trata de reducir riesgos, no de desacoplarse”, ha apuntado la alemana, que también ha afirmado: “Tenemos otra aproximación diferente a la de EE UU, más específica”.
Esa “aproximación” distinta consistiría en aplicar medidas después de investigaciones. Bruselas ha abierto varios expedientes sobre diferentes importaciones chinas en los últimos meses y, además, ha estrenado varias de las herramientas legales que ha aprobado recientemente para responder a la entrada del gigante asiático en la economía europea. Hace unas semanas lanzó una investigación sobre la contratación pública de determinados productos sanitarios en China por sospechar que se discriminaba a las compañías europeas y antes había forzado la retirada de una empresa procedente de ese país de un concurso ferroviario en Bulgaria.
El paso que más ha llamado la atención en Bruselas, no obstante, fue la apertura de una investigación sobre los subsidios dados por Pekín a los coches eléctricos chinos anunciada en septiembre por la propia presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. En este proceso, en marzo la Comisión dio un paso importante para imponer de forma retroactiva y será ya en julio cuando empiece a saber qué decisiones toma el Ejecutivo europeo.
El Gobierno del Partido Comunista Chino, por su parte, ha respondido con medidas como la apertura este pasado domingo de una investigación sobre la importaciones de determinados plásticos procedentes de Estados Unidos, la Unión Europea, Taiwán y Japón. En principio, esta investigación se puede prolongar durante un año.
Pese a las palabras de Von der Leyen sobre que ella cree que no hay una guerra comercial, lo cierto es que en la última década las medidas restrictivas sobre el comercio se han ido multiplicando en todo el mundo. En 2012, el FMI contabilizaba solo 250 restricciones a las compraventas en el mundo; 10 años después, la cifra ascendía a más de 3.000 y, a tenor de los últimos movimientos, ese número es probable que haya aumentado en 2024 y lo siga haciendo en el futuro.